Oscar Salas Alaya ha soportado un suplicio–que continua–que muchos de nosotros no podemos comprender.

El y su esposa, Laura Martínez Paz, viven en Las Mesas de Don Luis, México. Ellos y sus cuatro hijos–de 15, 12, 10 y 4 años–son seis de los apenas 200 residentes de ese remoto pueblo.

Oscar, que sólo habla español, viaja a Canadá cada año desde 2004 como parte de un programa de trabajadores invitados. Trabaja en los campos de brócoli de junio a octubre para mantener a su familia.

De regreso a México el pasado noviembre, se detuvo a visitar a un amigo en Carolina del Norte. Mientras estaba allí, Oscar–que ya tenía un marcapasos–sufrió un grave derrame cerebral y fue trasladado por aire al  Novant Health Forsyth Medical Center de Winston-Salem.

Este es un momento en el que necesitaría a la familia a su lado. Pero eso parecía imposible. Había océanos de burocracia, recursos limitados, una barrera en el idioma, todo ello complicado aún más por los interminables problemas que el COVID ha traído a todo.

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De izquierda a derecha, Jonorys Laporte, George Gonzalez, Michelle Sanchez, Taylor Dixon, Becky Swaringen Allman, Roberto Serna

"Recibí una llamada urgente de un amigo de mi marido diciéndome que estaba muy enfermo y que necesitaba una cirugía", dijo Laura a un intérprete bilingüe de Novant Health. "Un intérprete me explicó que me enviarían cierta documentación para que pudiera conseguir una visa (humanitaria) para venir a Estados Unidos". Los amigos de Oscar de Carolina del Norte dieron al personal de la UCI la información necesaria para poner en marcha el proceso.

Becky Allman, supervisora de embajadores culturales, y su equipo de embajadores culturales bilingües se pusieron a trabajar. Pero no fue fácil. Había burocracia, y mucha. Y Laura no tiene una computadora ni una dirección de correo electrónico.

El equipo, que incluía a la enfermera Courtney Nowlin, tuvo que conseguir otra forma de hacerle llegar una carta, uno de los documentos necesarios para solicitar la visa. "Courtney acabó entregando la carta a la amiga, que a su vez la envió por WhatsApp a Laura, que la llevó a un consulado en México", Allman recuerda.

"Nunca imaginé que pudiera aprobarse rápidamente", dijo Allman. "Todo lo que tiene que ver con la inmigración está atrasado por culpa del COVID. Pero esto estaba destinado a hacer así".

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Los embajadores culturales están entrenados para eliminar con éxito las barreras culturales y de idiomas que los pacientes que no hablan inglés pueden encontrar al interactuar con el sistema de cuidado de salud.

Comienza el viaje

Laura viajó a San Luis Potosí–la ciudad grande más cercana–para conseguir un pasaporte. Después, recorrió 600 millas en auto hasta San Antonio, Texas, donde tiene un hermano que le compró un boleto de avión a Carolina del Norte.

Su sola presencia marcó la diferencia para Oscar. Estaban a más de 1.800 millas de casa. Pero estaban juntos. "Él no dejaba de mirarla", dijo la embajadora cultural Taylor Dixon. "Ella le tranquilizaba y le calmaba y le decía: “Sigo aquí. Sigo aquí”.

Otro inconveniente: la visa era válida por menos de una semana.

Un médico y los gestores del caso aportaron la documentación necesaria para solicitar una prórroga de la visa, comprobando que a Oscar le espera una larga recuperación, que necesita otra cirugía en seis meses y que podría beneficiarse de tener a su esposa a su lado mientras dure.

Carrera para vencer al reloj

Allman y su equipo están acostumbrados al proceso de solicitud de la visa humanitaria, pero Laura estuvo aquí sólo cinco días. Allman nunca había oído hablar de una visa de tan corta duración. Al parecer, Laura acababa de llegar a Estados Unidos y ya era casi la hora de regresar a casa.

Stephanie Osorio, una de las enfermeras de la UCI que trató a Oscar, se ofreció a ayudar a Laura en el proceso de solicitud de prórroga de la visa, pero se encontraba con obstáculos y se le acababa el tiempo. Taylor Dixon–la embajadora cultural y la primera persona que conoció a Oscar cuando llegó al hospital el 29 de noviembre–ayudó a Laura a completar el papeleo para solicitar la prórroga. También ayudó a Laura a establecer una dirección de correo electrónico. "Taylor es muy experta en tecnología", dijo Allman. "Pasó horas en línea ayudando a que todo se resolviera. Ella fue crucial en este esfuerzo".

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Oscar con los fisioterapeutas Vanessa Lane y Xin Lian y la administradora de casos Lynn McMillian

Allman y los demás embajadores culturales iniciaron un suplicio propio para tratar de ayudar a conseguir la prórroga de la visa. Las normas y los reglamentos de inmigración mantienen cambiando a causa del COVID. Los sitios web del gobierno contienen información obsoleta. La escasez de personal hace que nadie responda a los teléfonos.

El reloj seguía corriendo. Pero este equipo no se rendía.

Se encontraron con un obstáculo tras otro. En un momento dado, les dijeron que no iban a poder prorrogar la visa porque el formulario de inmigración es para personas que llegaron a Estados Unidos por aire o por mar- no en auto, como hizo Laura cuando llegó a San Antonio.

En otro momento, desesperada por hablar con una persona real mientras navegaba por un enloquecedor sistema telefónico en la inmigración, Allman dijo que solicitó "representante" tantas veces que una respuesta automática amenazó con desconectarla. "No me di cuenta de que era tan persistente", dijo Allman.

Puede que el tiempo no estuviera de su lado, pero la suerte sí. Alguien con quien Allman habló le dijo que tenía que ponerse en contacto con la oficina de los Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos en Charlotte. Allman encontró allí a un empleado comprensivo que estaba dispuesto a ayudarla a ella y a Dixon a descifrar el complejo código que es la ley de inmigración en la era del COVID.

Los generosos amigos de la pareja aportaron los 450 dólares de la cuota.

Mientras los médicos y las enfermeras atendían a un Oscar muy enfermo, otro equipo que incluía médicos, enfermeras, un gestor de casos, técnicos y terapeutas y una serie de embajadores culturales de habla hispana pudo finalmente hacer un pequeño milagro propio y extender la visa de Laura.

Laura se quedó en el hospital con Oscar durante dos meses. No conocían a nadie en Winston-Salem, por supuesto, así que los embajadores culturales han sido su tabla de salvación.

"El personal del hospital siempre nos anima", dijo Laura.

"Hay momentos en los que me he sentido muy deprimida, especialmente cuando pienso en mis hijos", añadió. "Se quedaron con mis suegros -que son mayores- y es mucho trabajo para ellos cuidar a cuatro niños. Siempre que he necesitado a alguien con quien hablar, las enfermeras y los intérpretes han estado ahí para mí".

La pareja acaba de salir del hospital y están en casa de unos amigos en Virginia hasta la próxima cirugía de Oscar, dentro de seis meses.

"Es increíble ver a Oscar sonriendo, riendo y bromeando", dijo Allman. "Ahora, tiene una gran sonrisa todo el tiempo. Tiene vida en sus ojos. Y esa es la mejor recompensa, sin duda, para todo el equipo".

Ailen Arreza contribuyó a esta historia.